sábado, 20 de diciembre de 2008

Testimonios .II Parte





.... Con usted es distinto. Usted despierta en mí sentimientos remotos. La siento vulnerable y hasta me vienen ganas de volver a ese mundo en el que mal vive para cuidarla, para protegerla, ¿sabe? Así de simple, no ponga esa cara.
Moscú… Moscú… ¡Qué manera de hacer frío y caer nieve en esa ciudad! Estudiaba cine en Moscú.

...Siempre había estado merodeando por ahí. La Plaza Roja y el aeropuerto de Moscú eran mis sitios favoritos. Porque Moscú era una ciudad terriblemente aburrida. La ciudad más aburrida del mundo, como Lima es la ciudad más horrible del planeta tierra. Y las salidas de viernes a la noche eran al aeropuerto a ver aterrizar y decolar aviones.
..... Así que fuimos. Hacía 20 grados bajo el puto cero. Y el vodka en esas circunstancias ayuda, en esas y en otras, en todas las circunstancias de la vida, el vodka ayuda. Ya teníamos un litro adentro calentando el cuerpecito y compramos otro. Lo de la parálisis mía y el robo de la silla de ruedas no fue planificado.
....Llegamos a la gran explanada. No le puedo hacer una descripción. Es algo que se tiene que vivir. La nieve, la noche estrellada, el frío dando látigos en las partes descubiertas del rostro, el vodka arrebatando el cerebro y calentando el cuerpo.
.. Pablo y el chofer del taxi me ayudaron a bajar. Yo me acomodé en la silla convencido de que era un guerrillero salvadoreño, que podía morir al día siguiente en la mesa de un quirófano de un hospital de Moscú.
Nos acercamos lentamente al Mausoleo.

Desde el día fatal de su muerte, en 1924, Lenin no había estado solo un instante. Dos guardias rojos le acompañaban junto a su féretro, dos guardias rojos en la parte interior de la puerta, dos guardias rojos en la parte exterior.
.......La luna en las noches nevadas de Moscú es algo que no se puede olvidar tan fácilmente. Es como si una lámpara gigantesca alumbrara el espacio infinito
. Los guardias, bien entrenados para todo, ni pestañaron ante nuestra extraña presencia. Pablo saludó en ruso. Como era de esperar, los camaradas no movieron un solo músculo de su helado rostro. Pablo no se inmutó por esa falta de respuesta y empezó a hacerles el relato de mi historia: que yo, guerrillero salvadoreño, había sido herido en combate en las selvas centroamericanas y que había sido trasladado a Moscú para una intervención quirúrgica de la que podía salir bien (diez por ciento de posibilidades), paralítico de por vida (45 por ciento) o muerto (el otro 45). Y los tipos seguían sin pestañear. Como para desanimar a cualquiera.
No sé si fueron los efectos de la segunda botella de vodka o de los destellos lunares sobre la nieve fresca, pero a Pablo, hábil seductor, se le ocurrió agregar que yo desde siempre tenía un solo sueño: rendir homenaje a Lenin. Y le escucho repetir con énfasis a los guardias rouge la causa de nuestro esfuerzo de llegarnos calados de frío no bien descendí de la nave.
Al escuchar esto último, uno de ellos tuvo un gesto casi imperceptible en el rostro. No fue más que la contracción de un pequeño músculo en el lado izquierdo de la mejilla derecha. Eso nos dio aliento para insistir.
..Ya no recuerdo realmente cómo siguió la cosa en la parte estrictamente literaria, pero al cuadro siguiente no lo puedo borrar de mi memoria: yo, sentado en la silla de ruedas, estoy junto al féretro de la momia. A mí nadie me puede negar que la momia de Lenin se tornó triste antes de la caída, porque yo lo vi. Con estos dos ojos que tengo, que han visto infinitas cosas en el mundo. Yo he reflexionado mucho sobre esto, mucho, mucho.
E insisto, puedo asegurar que la momia de L. estaba deprimida, triste, de un color verdoso claro, la corbata chueca, la camisa sucia…




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